VIII Congreso FIDEHAE, Santiago, octubre de 2003
Discurso Inaugural (*)
Iván Siminic
La conmemoración de los 100 años del éxito obtenido por los hermanos Wright al elevarse en 1903 sobre las llanuras de Kittyhawk en un aparato motorizado más pesado que el aire, sirve como punto de partida para estas breves notas conmemorativas.
No debió transcurrir mucho tiempo desde ese corto vuelo para que otros hombres perfeccionaran no sólo al avión en sí mismo como principal medio de transporte aéreo, sino que también dieran una nueva y asombrosa dimensión al sueño de surcar los aires en forma independiente y controlada, deseo cuyos orígenes se pierden en la historia universal más remota y legendaria.
Siendo con seguridad el logro tecnológico más notable de principios del siglo XX, lejos de convertirse en un privilegio de pocos, la posibilidad cierta de conquistar los cielos provocó un rápido movimiento de hombres ansiosos por participar de la nueva aventura que se abría generosa ante los ojos del mundo. Tanto fue así que durante la misma primera década del siglo pasado, la aviación –todavía incipiente en muchos de sus aspectos– ya se había convertido en un bien al que toda la civilización deseaba acceder, incluyendo, por cierto, ciudadanos de nuestra América y de la península hispana.
Sin duda, y al igual como ocurre con Chile, cada nación de nuestros continentes tiene mucho que decir respecto de sus hijos que brillaron en su aporte al desarrollo en general de la aviación –aquella que tenía a Europa y a los Estados Unidos como centros de gravedad–, como en la participación de estos en los procesos de desarrollo de la aeronáutica en sus respectivos países. Sus nombres y las hojas de vida con sus méritos son conocidos por nosotros, y su paso por nuestra historia constituye un patrimonio del cual nos sentimos orgullosos, por la evidencia de su arrojo, valentía e ingenio, y principalmente por haber llevado la bandera de sus respectivas patrias al gran concierto mundial que reclamaba almas nobles dispuestas a darlo todo por la nueva empresa en que –sin marcha atrás– se embarcaba la humanidad. A no dudarlo, todos ellos fueron adelantados de su tiempo, clarividentes de un futuro que ofrecía ante sus ojos múltiples posibilidades, un futuro del que nosotros hemos sido testigos más que privilegiados.
Alberto Santos-Dumont, Jorge Newbery, Rafael Pabón, José Luis Sánchez Besa, Dagoberto Godoy, Arturo Dell’Oro, Camilo Daza Álvarez, Cosme Rennella Barbatto, Juan Guillermo Villasana, Marcos Gelabert, Silvio Pettirossi, Jorge Chávez, Carlos Meyer Baldo, Cesáreo Berisso, Alfredo Kindelán y Duany, etc., son sólo unos pocos de una larga lista de iberoamericanos que se aventuraron en la invención, diseño y construcción de aeronaves, el establecimiento de nuevas plusmarcas mundiales, el sobrevuelo de los Andes y los Alpes y de otras largas extensiones de mar o tierra, el establecimiento de servicios de correo, escuelas de aviación, o potenciando las áreas de ingeniería, estrategia y táctica militar. También, combatiendo durante las diversas conflagraciones mundiales o locales, incluso rindiendo sus vidas en el cumplimiento de sus deberes.
Así, los dos mayores ordenamientos internacionales que establecieron parámetros comunes de utilización de la aviación civil y comercial se produjeron luego de las sendas conflagraciones mundiales del siglo recién pasado. París en 1919 y Chicago a fines de 1944 fueron los hitos legales que definieron los grandes principios sobre los que debería regirse la aeronáutica no militar, luego de que la aviación iniciara un acelerado proceso de masificación de medios humanos y materiales a consecuencia del fin de la Primera Guerra Mundial. Este fenómeno de abundancia se vio multiplicado por varias veces al término de la Segunda Gran Guerra, con el agregado en este último caso de que el mundo –gracias a los avances gigantescos experimentados en los diseños y las capacidades–, terminó por hacerse un lugar más pequeño donde vivir. Tal como digo, si las regulaciones internacionales mencionadas fueron el efecto de varias causas, imaginemos a su vez las consecuencias de la demora de las legislaciones nacionales de cada país en aceptar o acomodarse a las disposiciones de los grandes tratados, y la trascendencia que eso ha tenido en el desenvolvimiento de las relaciones entre los Estados.
Por otro lado, la aviación militar debió recorrer su propio camino desde las primeras reticencias de los comandantes a su utilización como arma en los campos de batalla europeos a partir de 1914, hasta la total e indesmentible evidencia de su consolidación como factor de disuasión y de desequilibrio en el desarrollo de los conflictos modernos, proceso iniciado a contar de fines de la década de los ‘30. Este recorrido entre la desconfianza inicial y la claridad de sus nuevos y sorprendentes roles, también debió superar –no obstante– sus propias definiciones doctrinarias a propósito de la evolución del concepto del Poder Aéreo y las formas para el mejor desenvolvimiento práctico de éste. Así las cosas, resulta innecesario referirse aquí y ahora a cómo estos aspectos también han repercutido en el ámbito de las relaciones internacionales.
Sin embargo, el avance vertiginoso de la tecnología no ha significado dejar en el anonimato al hombre, medida de todas las cosas. Si en los tiempos iniciales fueron los sportmen, los ciclistas que devinieron en notables aviadores y los aventureros, luego de los primeros pasos fueron otros hombres los que inscribieron sus nombres en el contundente libro de la historia de la aviación mundial, y sin duda habrá muchos más, porque la historia de los avances continúa imparable.
Por lo mismo, la tarea del investigador aeronáutico moderno se manifiesta digna del mejor esfuerzo de cada uno. El acotar adecuadamente los alcances de cada búsqueda, el hurgar sin cansancio en los distintos tipos de fuentes en pro de la verdad más objetiva, y llevar cada trabajo hasta el límite, sin duda resulta una empresa tan apasionante como aquella a que se abocaron nuestros pioneros y también nuestros contemporáneos, tanto en la aviación en sí misma como en todas sus múltiples actividades conexas. Creo que la idea que mejor grafica lo que digo es que en investigación aeronáutica no debe ser ajeno el concepto de querer superar cada vez aquellos límites que la misma aviación nos ha enseñado a vencer, yendo siempre más allá, más rápido y más alto. En historia aeronáutica aún hay mucho por hacer, y el recuerdo de nuestros próceres, nuestros hitos, y particularmente el querer estimular nuevas y mejores vocaciones aéreas, amerita ampliamente cualquier esfuerzo que hagamos en tal sentido. El desarrollo de nuestros pueblos y la adecuada educación de nuestras juventudes así lo exige.
No debió transcurrir mucho tiempo desde ese corto vuelo para que otros hombres perfeccionaran no sólo al avión en sí mismo como principal medio de transporte aéreo, sino que también dieran una nueva y asombrosa dimensión al sueño de surcar los aires en forma independiente y controlada, deseo cuyos orígenes se pierden en la historia universal más remota y legendaria.
Siendo con seguridad el logro tecnológico más notable de principios del siglo XX, lejos de convertirse en un privilegio de pocos, la posibilidad cierta de conquistar los cielos provocó un rápido movimiento de hombres ansiosos por participar de la nueva aventura que se abría generosa ante los ojos del mundo. Tanto fue así que durante la misma primera década del siglo pasado, la aviación –todavía incipiente en muchos de sus aspectos– ya se había convertido en un bien al que toda la civilización deseaba acceder, incluyendo, por cierto, ciudadanos de nuestra América y de la península hispana.
Sin duda, y al igual como ocurre con Chile, cada nación de nuestros continentes tiene mucho que decir respecto de sus hijos que brillaron en su aporte al desarrollo en general de la aviación –aquella que tenía a Europa y a los Estados Unidos como centros de gravedad–, como en la participación de estos en los procesos de desarrollo de la aeronáutica en sus respectivos países. Sus nombres y las hojas de vida con sus méritos son conocidos por nosotros, y su paso por nuestra historia constituye un patrimonio del cual nos sentimos orgullosos, por la evidencia de su arrojo, valentía e ingenio, y principalmente por haber llevado la bandera de sus respectivas patrias al gran concierto mundial que reclamaba almas nobles dispuestas a darlo todo por la nueva empresa en que –sin marcha atrás– se embarcaba la humanidad. A no dudarlo, todos ellos fueron adelantados de su tiempo, clarividentes de un futuro que ofrecía ante sus ojos múltiples posibilidades, un futuro del que nosotros hemos sido testigos más que privilegiados.
Alberto Santos-Dumont, Jorge Newbery, Rafael Pabón, José Luis Sánchez Besa, Dagoberto Godoy, Arturo Dell’Oro, Camilo Daza Álvarez, Cosme Rennella Barbatto, Juan Guillermo Villasana, Marcos Gelabert, Silvio Pettirossi, Jorge Chávez, Carlos Meyer Baldo, Cesáreo Berisso, Alfredo Kindelán y Duany, etc., son sólo unos pocos de una larga lista de iberoamericanos que se aventuraron en la invención, diseño y construcción de aeronaves, el establecimiento de nuevas plusmarcas mundiales, el sobrevuelo de los Andes y los Alpes y de otras largas extensiones de mar o tierra, el establecimiento de servicios de correo, escuelas de aviación, o potenciando las áreas de ingeniería, estrategia y táctica militar. También, combatiendo durante las diversas conflagraciones mundiales o locales, incluso rindiendo sus vidas en el cumplimiento de sus deberes.
DECIDIDO AVANCE
Resulta casi un lugar común decir que la aviación ha sido una de las áreas donde la tecnología ha avanzado de forma casi ininterrumpida, a tranco firme y resuelto, mostrando sus logros en forma casi exponencial en relación con el escaso tiempo transcurrido desde sus primeros días. Y el hombre sin duda ha debido adaptarse a este progreso y asimilarlo de muy diversas maneras, enfrentando con él los retos planteados por fenómenos sociales tan distintos como la guerra y la paz. Ha sido en estos dos aspectos que la aeronáutica ha revolucionado de tal manera el estado de las cosas, que muchas de las áreas que debieron avanzar más rápido o paralelamente, en la mayoría de las veces debieron ir a la saga de todo lo anterior. Y esto, no sólo desde 1903 en adelante –que es la fecha comúnmente aceptada como punto de partida práctico del arte del vuelo–, sino que desde antes, con las primeras ascensiones en globo y con los atisbos de los primeros esfuerzos por comprender y regular las nuevas alternativas que dichas actividades ofrecían al mundo.Así, los dos mayores ordenamientos internacionales que establecieron parámetros comunes de utilización de la aviación civil y comercial se produjeron luego de las sendas conflagraciones mundiales del siglo recién pasado. París en 1919 y Chicago a fines de 1944 fueron los hitos legales que definieron los grandes principios sobre los que debería regirse la aeronáutica no militar, luego de que la aviación iniciara un acelerado proceso de masificación de medios humanos y materiales a consecuencia del fin de la Primera Guerra Mundial. Este fenómeno de abundancia se vio multiplicado por varias veces al término de la Segunda Gran Guerra, con el agregado en este último caso de que el mundo –gracias a los avances gigantescos experimentados en los diseños y las capacidades–, terminó por hacerse un lugar más pequeño donde vivir. Tal como digo, si las regulaciones internacionales mencionadas fueron el efecto de varias causas, imaginemos a su vez las consecuencias de la demora de las legislaciones nacionales de cada país en aceptar o acomodarse a las disposiciones de los grandes tratados, y la trascendencia que eso ha tenido en el desenvolvimiento de las relaciones entre los Estados.
Por otro lado, la aviación militar debió recorrer su propio camino desde las primeras reticencias de los comandantes a su utilización como arma en los campos de batalla europeos a partir de 1914, hasta la total e indesmentible evidencia de su consolidación como factor de disuasión y de desequilibrio en el desarrollo de los conflictos modernos, proceso iniciado a contar de fines de la década de los ‘30. Este recorrido entre la desconfianza inicial y la claridad de sus nuevos y sorprendentes roles, también debió superar –no obstante– sus propias definiciones doctrinarias a propósito de la evolución del concepto del Poder Aéreo y las formas para el mejor desenvolvimiento práctico de éste. Así las cosas, resulta innecesario referirse aquí y ahora a cómo estos aspectos también han repercutido en el ámbito de las relaciones internacionales.
Sin embargo, el avance vertiginoso de la tecnología no ha significado dejar en el anonimato al hombre, medida de todas las cosas. Si en los tiempos iniciales fueron los sportmen, los ciclistas que devinieron en notables aviadores y los aventureros, luego de los primeros pasos fueron otros hombres los que inscribieron sus nombres en el contundente libro de la historia de la aviación mundial, y sin duda habrá muchos más, porque la historia de los avances continúa imparable.
LA HISTORIA
Desde el punto de vista del historiador, de quien investiga el pasado para legar a las nuevas generaciones el registro fidedigno de los hechos y hombres que lo constituyeron, la tarea no se presenta nada de sencilla, en la mayoría de los casos. Así, a la circunstancia de que la historia no es una ciencia exacta, deben sumarse la subjetividad y capacidades propias de cada narrador, pero también las posibilidades notables de intercambio y obtención de múltiple información a la que es posible acceder hoy en día, mucho más que antes.Por lo mismo, la tarea del investigador aeronáutico moderno se manifiesta digna del mejor esfuerzo de cada uno. El acotar adecuadamente los alcances de cada búsqueda, el hurgar sin cansancio en los distintos tipos de fuentes en pro de la verdad más objetiva, y llevar cada trabajo hasta el límite, sin duda resulta una empresa tan apasionante como aquella a que se abocaron nuestros pioneros y también nuestros contemporáneos, tanto en la aviación en sí misma como en todas sus múltiples actividades conexas. Creo que la idea que mejor grafica lo que digo es que en investigación aeronáutica no debe ser ajeno el concepto de querer superar cada vez aquellos límites que la misma aviación nos ha enseñado a vencer, yendo siempre más allá, más rápido y más alto. En historia aeronáutica aún hay mucho por hacer, y el recuerdo de nuestros próceres, nuestros hitos, y particularmente el querer estimular nuevas y mejores vocaciones aéreas, amerita ampliamente cualquier esfuerzo que hagamos en tal sentido. El desarrollo de nuestros pueblos y la adecuada educación de nuestras juventudes así lo exige.
(*) Pronunciado por el V.P. de la República, José Miguel Insulza.